Los hombres podemos ser causa de alegría o de tristeza, luz u oscuridad, fuente de paz o de inquietud, fermento que esponja o peso muerto que retrasa el camino de otros. Nuestro paso por la tierra no es indiferente: ayudamos a otros a encontrar a Cristo o los separamos de Él; enriquecemos o empobrecemos. Y nos encontramos a tantos amigos, compañeros de profesión, familiares, vecinos..., que parecen ir como ciegos detrás de los bienes materiales, que los alejan del verdadero Bien, Jesucristo. Van como perdidos. Y para que el guía de ciegos no sea también ciego no basta saber de oídas, por referencias; para ayudar a quienes tratamos no basta un vago y superficial conocimiento del camino. Es necesario andarlo, conocer los obstáculos... Es preciso tener vida interior, trato personal diario con Jesús, ir conociendo cada vez con más profundidad su doctrina, luchar con empeño por superar los propios defectos. El apostolado nace de un gran amor a Cristo.
Fuente: Hablar con Dios
jueves, 14 de junio de 2012
lunes, 11 de junio de 2012
Recompensa a última hora
El emperador Carlos V se encontraba a la cabecera de la cama de uno de sus más fieles servidores, ya moribundo. "Pedidme en recompensa de vuestros méritos, y si es posible para disminuir vuestros padecimientos, el favor que queráis".
Respondió el enfermo:
-Señor, todo lo que os pediría sería que prolongaseis mi vida por algunos días.
Replicó el emperador:
-¡Qué desgracia! Yo no lo puedo; los poderosos de la tierra no disponen de un solo minuto de la vida del hombre.
Y el enfermo:
-¡Qué insensato he sido! He consagrado mi vida entera al servicio del emperador, y su poder no alcanza a concederme un solo día de existencia. Si, en cambio, hubiera servido mejor a mi Dios, podría esperar una recompensa eterna, una felicidad sin fin.
Podía esperar de la misericordia divina, pero tenía razón al lamentarse de no haber servido mejor a Dios.
Fuente: C. Ortúzar, El catecismo explicado con ejemplos
martes, 5 de junio de 2012
Qué significa ser hijos de Dios
El anticipo de la herencia prometida lo recibimos ya en esta vida: es el gaudium cum pace, la alegría profunda de sabernos hijos de Dios, que no se apoya en los propios méritos, ni en la salud o en el éxito, ni consiste tampoco en la ausencia de dificultades, sino que nace de la unión con Dios; se fundamenta en la consideración de que Él nos quiere, nos acoge y perdona siempre... y nos tiene preparado un Cielo junto a Él, por toda la eternidad. Perdemos esta alegría cuando dejamos a un lado el sentido de nuestra filiación divina, y no vemos la Voluntad de Dios, sabia y amorosa siempre, en las dificultades y contradicciones que cada jornada nos trae.
No quiere nuestro Padre que perdamos esa alegría de hondos cimientos: Él quiere vernos siempre contentos, como los padres de la tierra desean ver siempre a sus hijos.
Además, con esa actitud serena y gozosa ante la vida -el gaudium cum pace (17)-, en la que no faltarán contradicciones, el cristiano hace mucho bien a su alrededor. La alegría verdadera es un formidable medio de apostolado. «El cristiano es un sembrador de alegría; y por esto realiza grandes cosas. La alegría es uno de los más irresistibles poderes que hay en el mundo: calma, desarma, conquista, arrastra. El alma alegre es un apóstol: atrae a los hombres hacia Dios, manifestándoles lo que en ella produce la presencia de Dios. Por esto el Espíritu Santo nos da este consejo: nunca os aflijáis, porque la alegría en Dios es vuestra fuerza (Neh 8, 10)» (18).
Fuente: Hablar con Dios
sábado, 2 de junio de 2012
Un pan que no perece
“Trabajen no por el alimento perecedero,
sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
el que les dará el Hijo del hombre”
(Jn, 6,27)*
Después
de haber dado de comer a la muchedumbre con la multiplicación de los panes
frente al lago de Tiberíades, Jesús se había retirado de incógnito a la otra
orilla, en la región de Cafarnaún, para escapar de la gente que quería
proclamarlo rey. Sin embargo, muchos igualmente se pusieron a buscarlo y lo alcanzaron.
Pero él no aceptó ese entusiasmo demasiado interesado. Ellos habían comido el
pan milagroso, pero se quedaron en las meras ventajas materiales sin percibir
el significado profundo de ese pan que manifiesta en Jesús al enviado del
Padre, el que da la verdadera vida al mundo. Vieron en él solamente a un
taumaturgo, un Mesías terrenal, capaz de darles alimento material en abundancia
y a buen precio. En ese contexto, Jesús les dice: “Trabajen no por el alimento
perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre”.
El “alimento no perecedero” es la persona misma
de Jesús y también su enseñanza, porque la enseñanaza de Jesús se identifica
con su persona. Al leer después, más adelante, otras palabras de Jesús se
advierte que ese “pan que no perece” es también el cuerpo eucarístico de Jesús.
Por lo tanto, puede decirse que el “pan que no perece” es la persona de Jesús
que se nos entrega en su Palabra y en la Eucaristía.
La imagen del pan aparece a menudo en la Biblia , como también la del
agua. Pan y agua representan los alimentos primarios, indispensables para la
vida del hombre. Al aplicar a sí mismo la imagen del pan, Jesús quiere decirnos
que su persona y su enseñanza son indispensables para la vida espiritual del
hombre, tal como lo es el pan para la vida del cuerpo.
El pan material es ciertamente necesario. Jesús
mismo realiza el milagro de la multiplicación para la muchedumbre. Pero ese pan
solo no alcanza. El hombre lleva en sí –acaso sin darse cuenta del todo– un
hambre de verdad, de justicia, de bondad, de amor, de pureza, de luz, de paz,
de alegría, de infinito y eterno, que nada en el mundo está en condiciones de
satisfacer. Jesús se propone como el único capaz de saciar el hambre interior
del hombre.
Pero al presentarse como el “pan de vida”, no se
limita a afirmar la necesidad de nutrirse de él, de creer en sus palabras para
tener la vida eterna; sino que quiere impulsarnos a hacer la experiencia de él.
En efecto, con sus palabras: “trabajen por el alimento que no perece” pronuncia
una apremiante invitación. Dice que es necesario esforzarse, llevar a cabo todo
lo necesario para obtener este alimento. Jesús no se impone, quiere ser
descubierto, experimentado.
Ciertamente el hombre no puede con sus propias
fuerzas alcanzar a Jesús. Lo puede por un don de Dios. Sin embargo, Jesús
invita continuamente al hombre a prepararse para recibir el don de sí que él
quiere hacerle. Y es precisamente al esforzarse por poner en práctica su Palabra
que el hombre alcanza la fe plena en él, llega a gustar su Palabra como
gustaría un pan fresco y sabroso.
Yo pienso que quien ha comenzado a vivir con
compromiso su Palabra y sobre todo el mandamiento del amor al prójimo –síntesis
de todas las palabras de Dios y de todos los mandamientos– advierte, en parte,
que Jesús es el “pan” de su vida, capaz de colmar los deseos de su corazón, la
fuente de su alegría y de su luz. Al ponerla en práctica llega a gustar la Palabra , al menos un poco,
como verdadera respuesta a los problemas del hombre y del mundo. Y dado que
Jesús –pan de vida– realiza la entrega
suprema de sí en la
Eucaristía , quien lo sigue va espontáneamente a recibirla con
amor y ella ocupa un lugar importante en su vida.
Es preciso, entonces, que quienes hayamos hecho
esta estupenda experiencia no nos guardemos el descubrimiento sino que, con la
misma urgencia con la que Jesús nos impulsa a ganar el “pan de la vida”, lo
comuniquemos a otros para que encuentren en Jesús lo que sus corazones desde
siempre buscan. Es un enorme acto de amor que podemos hacer por nuestros
prójimos, a fin de que también ellos lleguen a conocer la verdadera vida ya en
esta tierra y ganen la vida que no muere. ¿Y qué más podemos querer?