Los Evangelios describen a los Apóstoles y a las mujeres, durante la pasión y en los días posteriores a la muerte de Jesús, en un estado de tristeza y de miedo: los Apóstoles estaban sumidos en la tristeza y en el llanto (Mc); las mujeres, llenas de temor y con los rostros inclinados hacia la tierra (Lc); los discípulos de Emaús iban tristes (Lc); los Apóstoles estaban llenos de espanto y de miedo (Lc); la Magdalena estaba llorando Un); los discípulos estaban llenos de temor (Jn). Una gran tristeza inundaba a todos. Esa era la realidad.
Por el contrario, no se menciona en ningún momento la tristeza de la Virgen, sino tan solo su dolor. De aquí que la tradición hable siempre de la «Virgen dolorosa» y nunca de la «Virgen triste».
La tristeza es mala, hace daño; el dolor puede convertirse en algo bueno, en un dolor corredentor, si se une a la cruz de Cristo; hace madurar a las personas, si se vive con este espíritu cristiano. Anímate, pues, y alegra tu corazón, y echa lejos de ti la congoja; porque a muchos mato la tristeza. Y no hay utilidad alguna en ella.
San Pablo señalaba a los primeros cristianos de Filipos la necesidad de mantenerse firmes en medio de un ambiente dificil, a veces duro y agresivo, en el que se movían, y les indicó la mejor medicina: ¡estad alegres! ¡No consintáis la tristeza!
La Sagrada Escritura enseña que la alegría de Dios es vuestra fortaleza (Ne 8, 10).
El dia que cambio mi vida - Francisco Fernández Carvajal