“Debemos dar gracias a Dios en todo tiempo por ustedes, hermanos. Es justo hacerlo, ya que siguen progresando en la fe y crece el amor de cada uno a los hermanos.”
2a. Carta a los Tesalonicenses 1:3
Un sacerdote muy perceptivo con el que conversé recientemente me remarcó el hecho de que es Dios quien nos da vocaciones. Además, en nuestro camino por la vida las demás personas como esposas, esposos, compañeros, sacerdotes y hermanas religiosas nos permiten ver como en un espejo lo que somos. Pensé al principio que era cierto porque la gente alrededor mío me recordaba mis puntos débiles. Fue en ese momento cuando él me explicó que todo lo que nos viene en la vida es para que después de la muerte tengamos menos que purgar. Apostaré que nadie podría admitir que la dificultad en mantenerse fiel a los suyos se encuentra, no tanto en los demás, sino en la propia incapacidad para aceptar lo que ve en sí mismo. Esto se refleja en los tiempos que inevitablemente se gasta con los demás.
logísticas en que se encuentra. Él se da cuenta de que todas las mujeres que alguna vez amó se enamoraron no de él, sino de una imagen que ellas tenían de él. Yo supongo que si ellas se hubieran enamorado de lo que realmente él era, él las hubiera acusado de provocar el mismo aburrimiento que supuestamente encontraba en su esposa. Sin embargo, cuando aceptamos la compañía de Dios dentro de nuestra vida, en vez de ser como el héroe de Chekhov, un tercer factor emerge: la postura de nuestra familia y amigos que se mantiene con nosotros llega a ser un signo del amor y la misericordia que Dios tiene con nosotros. Por eso, no hay razón para huir. El resultado, como dice San Pablo, es una fe que
florece constantemente y un amor que cada vez se hace más grande.