“¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!”
(Lc 1.45)1
Esta Palabra forma parte de un acontecimiento simple y altísimo al mismo tiempo. Es el encuentro entre dos gestantes, entre dos madres, cuya simbiosis espiritual y física con sus hijos es total. Son ellas su boca, sus sentimientos. Cuando habla María, el niño de Isabel da un salto de alegría en su vientre. Cuando habla Isabel parece que las palabras sean puestas sobre la boca del Precursor. Pero mientras las primeras palabras de su himno de alabanza a María están dirigidas personalmente a la madre del Señor, las últimas son dichas en tercera persona: “Feliz la que ha creído”.
“¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!”
Es la primera bienaventuranza del evangelio, y tiene que ver con María, pero también con todos aquellos que la quieren seguir e imitar.
Hay en María un estrecho ligamen entre fe y maternidad, como fruto de la escucha de la Palabra. Y Lucas aquí nos sugiere algo que tiene que ver también con nosotros. Más adelante en su Evangelio Jesús dice: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la practican”3.
Anticipando casi estas palabras, Isabel, movida por el Espíritu Santo, nos anuncia que todo discípulo puede volverse “madre” del Señor. La condición es que crea en la Palabra de Dios y que la viva.
“¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!”
María, después de Jesús, es quien mejor y más perfectamente supo decir “sí” a Dios. Y, sobre todo, esta santidad suya es su grandeza. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la Palabra vivida, pero criatura come nosotros, igual a nosotros.
El rol de María como madre de Dios es excelso y grandioso. Pero Dios no llama sólo a la Virgen a generar Cristo en sí. Si bien de otro modo, todo cristiano tiene un deber parecido: el de encarnar a Cristo hasta repetir, como San Pablo: “Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”4.
¿Pero cómo actuar esto?
Con la actitud de María hacia la Palabra de Dios, y esto es, de total disponibilidad. Creer, por lo tanto, con María, que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y, si hace falta, afrontar, como María, el riesgo del absurdo que a veces comporta su Palabra.
Grandes y pequeñas cosas, pero siempre maravillosas, suceden a quien cree en la Palabra. Se podrían llenar libros con los hechos que lo prueban.
Quién puede olvidar cuando, en plena guerra, creyendo en las palabras de Jesús “pidan y se les dará”5 hemos pedido todo aquello que tantos pobres en la ciudad necesitaban y veíamos llegar bolsas de harina, cajas de leche, de mermelada, leña, ropa.
También hoy suceden las mismas cosas. “Den, y se les dará”6 y los armarios de la caridad están siempre llenos, y son vaciados regularmente.
Pero lo que más impresiona es que las palabras de Jesús son verdaderas siempre y en todas partes. Y la ayuda de Dios llega puntual también en circunstancias imposibles, y en los puntos más aislados de la tierra, como sucedió hace poco a una madre que vive en extrema pobreza. Un día sintió el impulso de dar sus últimas monedas a una persona más pobre que ella. Creía en aquel “den y se les dará” del Evangelio. Y tenía una gran paz en su corazón. Poco después llegó su hija más pequeña y le mostró un regalo que recién había recibido de un anciano pariente que, por casualidad, había pasado por ahí: en su manito estaban las monedas multiplicadas.
Una “pequeña” experiencia como esta nos empuja a creer en el Evangelio, y cada uno de nosotros puede probar esa alegría, esa beatitud que viene del ver realizadas las promesas de Jesús.
Cuando en la vida de todos los días, en la lectura de las Sagradas Escrituras nos encontremos con la palabra de Dios, abramos nuestro corazón a la escucha, con la fe de que lo que Jesús nos pide y promete se cumplirá. No tardaremos en descubrir, como María y como aquella madre, que Él mantiene sus promesas.
Chiara Lubich
Publicación mensual del Movimiento de los Focolares
1. Este texto fue publicado en agosto de 1999.
2. G. Rossé, Il Vangelo di Luca, Roma 1992, p. 67. La traducción es nuestra.
3. Lc. 8, 21.
4. Gál. ,12
5. Mt. 7,7.
6. Lc. 6, 38.
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