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jueves, 18 de abril de 2013

La tristeza es mala, hace daño

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Los Evangelios describen a los Apóstoles y a las mujeres, durante la pasión y en los días posteriores a la muerte de Jesús, en un estado de tristeza y de miedo: los Apóstoles estaban sumidos en la tristeza y en el llanto (Mc); las mujeres, llenas de temor y con los rostros inclinados hacia la tierra (Lc); los discípulos de Emaús iban tristes (Lc); los Apóstoles estaban llenos de espanto y de miedo (Lc); la Magdalena estaba llorando Un); los discípulos estaban llenos de temor (Jn). Una gran tristeza inundaba a todos. Esa era la realidad.


Por el contrario, no se menciona en ningún momento la tristeza de la Virgen, sino tan solo su dolor. De aquí que la tradición hable siempre de la «Virgen dolorosa» y nunca de la «Virgen triste».

La tristeza es mala, hace daño; el dolor puede convertirse en algo bueno, en un dolor corredentor, si se une a la cruz de Cristo; hace madurar a las personas, si se vive con este espíritu cristiano. Anímate, pues, y alegra tu corazón, y echa lejos de ti la congoja; porque a muchos mato la tristeza. Y no hay utilidad alguna en ella.

San Pablo señalaba a los primeros cristianos de Filipos la necesidad de mantenerse firmes en medio de un ambiente dificil, a veces duro y agresivo, en el que se movían, y les indicó la mejor medicina: ¡estad alegres! ¡No consintáis la tristeza!

La Sagrada Escritura enseña que la alegría de Dios es vuestra fortaleza (Ne 8, 10).

El dia que cambio mi vida - Francisco Fernández Carvajal

miércoles, 17 de abril de 2013

El encuentro con Cristo trae paz al alma

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Leemos en el Evangelio: Como le vieron caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y levantaron el grito. Porque todos le vieron, y se asustaron. Pero Jesús les habló luego, y dijo: ¡Animo! Soy Yo, no temáis (Mc 6,49-50).

El encuentro con Cristo trae la paz al alma. Durante la última guerra mundial, el filósofo alemán Landsberg llevaba siempre consigo una ampolla con un poderoso veneno para usarlo como última posibilidad de escapar de la opresión nazi. A mitad de la guerra, en el verano de 1942, destruyó la ampolla y escribió en su diario: «He encontrado a Cristo; se me ha revelado». En efecto, encontrar a Cristo fue para él la paz y librarse del miedo que le atenazaba.

Cfr. J. Ablewicz, Seréis mis testigos

viernes, 12 de abril de 2013

Bien Común vs Pasividad

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La pasividad ante asuntos tan importantes sería en realidad una lamentable claudicación y una omisión, en ocasiones grave, del deber de contribuir al bien común. Entrarían dentro de esos pecados de omisión de los que -además de los de pensamiento, palabra y obra- pedimos perdón cada día al Señor al comienzo de la Santa Misa. «Muchas realidades materiales, técnicas, económicas, sociales, políticas, culturales..., abandonadas a sí mismas, o en manos de quienes carecen de la luz de nuestra fe, se convierten en obstáculos formidables para la vida sobrenatural: forman como un coto cerrado y hostil a la Iglesia.

»Tú, por cristiano -investigador, literato, científico, político, trabajador...-, literato, científico, político, trabajador...-, tienes el deber de santificar esas realidades. Recuerda que el universo entero -escribe el Apóstol- está gimiendo como en dolores de parto, esperando la liberación de los hijos de Dios».

Del libro Hablar con Dios

viernes, 5 de abril de 2013

Como todo el mundo

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San Alfonso María de Ligorio (Aci Prensa)
Los santos han tenido sus defectos, como todo el mundo, y han debido luchar como el que más por mejorar.
A Santa Margarita María de Alacoque le repugnaba el queso. Tanto. que al entrar en el convento la familia estipuló que no se le obligaría a comerlo. Un día, por descuido, le pusieron una ración en el almuerzo. Trabajo le costó acabar con él. Escribió después: «Confieso no haber sentido jamás tal repugnancia». Ocho años de esfuerzo le costó acostumbrarse al dichoso queso.

San Juan Bosco, finalizando el año escolar de 1833, estuvo a punto de perder curso por haber dejado a otros su propio examen.

San Alfonso Mª de Ligorio tenía un temperamento fuerte. y su trabajo le costó pulirlo. A la edad de ochenta años decía a un individuo: «Si hemos de discutir, dejemos que la mesa esté entre los dos; yo tengo sangre en las venas».

Autor: J. Urteaga. Los defectos de los santos

jueves, 28 de marzo de 2013

Viernes 29 de marzo al mediodía: sumate para rezar un rosario simultáneo en todo el mundo

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Imagínese lo que podría suceder si todos los católicos en el mundo rezaran un rosario en el mismo día!

Ya tenemos un ejemplo en octubre de 1573, cuando Europa se salvó de la invasión de la poderosa flota turca por el rezo del Rosario por todos los cristianos!

El viernes 29 de marzo de 2013, vamos todos a rezar un rosario por la paz del mundo y el regreso de los valores morales en nuestras comunidades. Por favor recen por un gran y santo Papa. Si es posible, por favor, recen el Rosario entre el mediodía y las 3:00 pm (hora argentina).

También, por favor manden  este mensaje a todos los católicos en su lista de direcciones y pídanles que lo pasen a todos los católicos de sus listas. Unámonos en la oración con una de las oraciones más poderosas que existen, por estas intenciones, en uno de los días más sagrados de nuestro año litúrgico.

 Dios nos bendiga a todos!

Vean cómo el Espíritu Santo obra!  Hay mucho que ganar y nada que perder!

Dr. Felipe Pérez Dellepiane - Abogado
Mendoza - Argentina

jueves, 14 de marzo de 2013

Paganismo contemporáneo

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Este paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier coste, y por el correspondiente olvido -mejor sería decir miedo, auténtico pavor- de todo lo que pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido. Habéis contemplado esa pasmosa realidad de que muchos quizá comenzaron por poner a Dios entre paréntesis, en algunos detalles de su vida personal, familiar y profesional; pero, como Dios exige, ama, pide, terminan por arrojarle -como a un intruso- de las leyes civiles y de la vida de los pueblos.

Fuente: Hablar con Dios

viernes, 1 de marzo de 2013

Desprendimiento

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Se excluye de una verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel que no rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da -dice San Juan de la Cruz- que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará» (10).

El desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas nobles de este mundo.

lunes, 25 de febrero de 2013

Ejercer el rol de paternidad con Jesús

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Los designios de Dios le señalan como escogido para permanecer al lado de la Virgen y de su Hijo, a fin de cuidarlos y conducirlos en días de prueba y de persecución por los caminos y de ganar el pan dé todos con el sudor de su frente, en espera de que el niño, convertido en adolescente, fuese iniciado en esa vida laboriosa que habría de llevar durante largos años.

Y es aquí donde hay que admirar la grandeza de la misión recibida por José: dar morada a quien creó el Universo, alimentar a quien es la Providencia mantenedora de todos los seres, vestir a quien da a los lirios del campo un ropaje más maravilloso que el de Salomón, ejercer respecto de Aquel a quien todos los hombres llaman "Padre" la carga y los deberes de la paternidad.

Extraído de "Los silencios de San José"

martes, 22 de enero de 2013

Volar a la altura precisa

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Dédalo -personaje de la mitología griega- es un auténtico genio; un artista. Prisionero en Creta del rey Minos, decide escapar de la isla con su hijo Icaro. Hará unas alas para volar por el aire. A base de cera y plumas consigue las alas para él y para el hijo. Un consejo claro: volar a media altura, para que el agua no dañe a las plumas ni el sol, con su calor, derrita la cera.

Según el relato clásico, Icaro se deja deslumbrar por el firmamento y el ansia de libertad, y comienza a subir, a subir, haciendo caso omiso del consejo paterno. Al final, el sol ablanda la cera y cae al mar, donde perece ahogado.

El hombre es un ser frágil; cualquier sol fuerte puede hacerle venirse abajo y hundirse por completo. Hay que saber ir siempre a la altura precisa, exacta; la que señala la Voluntad de Dios buscada en todo momento./ Felipe Pérez Dellepiane


miércoles, 2 de enero de 2013

Cómo ser pacificadores

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El mensaje de Pablo VI para la jornada de la paz, dirigido a «todos los hombres que viven en el año1972», concluye con unas palabras dirigidas «a los hermanos e hijos de nuestra Iglesia católica». El Papa nos invita a «llevar a los hombres de hoy un mensaje de esperanza a través de una fraternidad vivida y un esfuerzo honesto y perseverante por una justicia más grande y real».1

Quisiera detenerme en esta exhortación que el Papa hace a sus hijos para que ofrezcan al mundo una fraternidad vivida, y ver cómo podemos nosotros ponerla en práctica y dar a la humanidad un mensaje de esperanza.

Antes que nada podríamos preguntarnos: ¿se da entre los católicos alguna premisa para crear una fraternidad más consciente? Y también: ¿es el mundo de hoy sensible a esa fraternidad?
Si miramos a la Iglesia y a la humanidad, veremos que tanto la una como la otra están sometidas a dos tensiones contradictorias.

La Iglesia camina también hoy –como en todos los tiempos, ya que su destino es el de su Fundador– a lo largo de un vía crucis. Un pulular frenético de nuevas ideas parece amenazar la raíz misma de la fe y de la moral, sembrando la duda en todo y en todos. Una «contestación» general aleja a algunos de sus mejores hijos, empobreciéndola con la pérdida incluso de quienes habían sido elegidos por ella y enviados en su nombre a anunciar el Evangelio. A veces, hasta la Jerarquía eclesiástica es puesta en tela de juicio por quienes, viendo las cosas de un modo exclusivamente humano, le quitan valor al magisterio de la Iglesia.

La humanidad, terreno en el cual la Iglesia vive y de cuyas sacudidas se resiente fuertemente, está perturbada por la división, por el desencadenarse de los instintos contra toda forma de orden y contra toda estructura que nos una entre todos. Además, hay desequilibrios sociales, focos de guerra que se encienden continuamente y que tienen al hombre en vilo por el terror de un conflicto mundial, y otros males morales de hoy que conocemos. En fin, una desorientación en todos los campos.

Sin embargo, paralelamente a este cuadro trágico pero real, observamos un anhelo vago, aunque sincero, de fraternidad y de unidad que supera las barreras existentes y se orienta hacia una visión unitaria del mundo. Unidad que no es un anhelo solamente, sino que, en el campo político, por ejemplo, se realiza ya en formas diversas, inspiradas todas ellas de manera legítima o no en el testamento de Jesús; a la vez que va aumentando el número de naciones que esperan resolver pacíficamente las más graves tensiones. En el campo social vibra en el ambiente un sentimiento de solidaridad, sentido por los adultos y aún más por los jóvenes. Y, además, entre tanta crónica negra, sorprenden ciertos fenómenos recientes de masas de jóvenes que se revelan contra la esclavitud del sexo y de la droga en nombre de Cristo.


En la Iglesia observamos el Pentecostés del Concilio, que sigue alzando su palabra autorizada por encima del murmullo del mundo y le da esperanza; palabra que invoca al cielo para que resplandezca haciendo así «vivir» esta tierra, y a la fe para que se confirme más bella, más auténtica y liberada de lo accesorio; que exhorta al orden moral a restablecerse para salvar al hombre de su propia ruina; que invita a las estructuras sociales a cristianizarse; a los sacerdotes, a ser luz del mundo, y a los obispos a trabajar con el papa para que cada vez brille más la unidad en la diversidad. Y oímos la voz clara, fuerte y segura del Papa que, para instruir y «confirmar a sus hermanos»2 anuncia constantemente la verdad y vuelve a proponer todo lo que ha enseñado el Concilio desmenuzando su doctrina para el pueblo de Dios.

Se advierte también en la Iglesia una nota característica, bella y actual: varios carismas del Espíritu Santo se hacen eco de los deseos expresados por Él mismo en el Vaticano II, cuando llamaba a los cristianos a ser Iglesia en el sentido más profundo y etimológico de la palabra, es decir, comunión, fraternidad viva. De aquí surge todo un despertar de movimientos de origen diverso, animados por un notable sentido de fraternidad en medio de un mundo que también la invoca, pero a menudo en nombre de quien no sabe darla verdaderamente. Grupos que a veces no pueden ni saben ellos mismos medir la potencia que poseen por el hecho de ser cristianos.

Para crear la fraternidad hace falta el amor. Y esto, más o menos, hoy lo saben todos en el mundo. Los mismos musulmanes, que no creen en un Dios Uno y Trino, sino sólo en Dios Uno, son sensibles en muchas partes a una fraternidad apoyada en el amor.

Pero el amor que el cristiano presenta –y aquí está el misterio abismal y la potencia escondida que bien aprovechada puede obrar milagros–, es distinto de cualquier otro amor que exista en el mundo, por noble y hermoso que sea. Es un amor de origen divino, el mismo amor de Dios participado al hombre que, introduciéndose en él, lo hace hijo de Dios.

Y esto es premisa y causa de una realidad incomparable: la fraternidad humana en un plano más alto, la fraternidad sobrenatural.

En esta fraternidad se realiza entonces un hecho que recuerda la Navidad: Cristo surge en medio de los hombres como el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. En esta fraternidad los cristianos están unidos en el nombre de Cristo, que ha dicho: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»3 . Se trata de esa fraternidad que –incluso donde la Iglesia se encuentra obstaculizada en su ministerio– puede hacer presente a Cristo entre los hombres. Presente espiritualmente, se entiende, pero presente. Esa fraternidad es la que puede llevar a Cristo en medio del pueblo, a las casas, a las escuelas, a los hospitales, a las fábricas, a las oficinas, a cada comunidad o reunión.

El Concilio y el Papa lo subrayan muchas veces: la comunidad, como una familia unida en nombre del Señor, goza de su presencia. Se trata de esa fraternidad que nos hace Iglesia, como Odo Casel afirma: «No es que la única Iglesia se fragmente en una pluralidad de comunidades individuales, ni que la multiplicidad de las comunidades individuales formen juntas la única Iglesia. La Iglesia es solamente una; dondequiera que esté, está toda entera e indivisa, incluso allí donde solamente dos o tres están reunidos en el nombre de Cristo»4 .

Quizá los cristianos no siempre nos demos cuenta de esta extraordinaria posibilidad. Pero si lo reconocemos en esta Navidad, Dios podría darnos la gracia de acoger mejor y de aprovechar más un don semejante. Esta fraternidad, con cualquiera y en cualquier parte, nos da la posibilidad de no estar solos, pensando o preocupándonos de cómo resolver los problemas humanos. Si lo queremos (y basta estar unidos en su nombre, es decir, con Él y como Él quiere) Cristo está entre nosotros, está con nosotros, ¡Él, el Omnipotente! Y esto infunde esperanza. Sí, una gran esperanza.
Este es el momento de que, en nuestras familias cristianas y en nuestros grupos, en nuestros movimientos surgidos con el objetivo que sea, pero con signo cristiano, y en las obras a las que dedicamos nuestras fuerzas, avivemos esa unidad, esa fraternidad que hace presente a Cristo entre nosotros y nos hace Iglesia, declarándonos abiertamente este propósito nuestro sin temor y sin falso pudor.

Si la Navidad nos recuerda hasta qué punto Dios nos ha amado, esto es, hasta hacerse uno de nosotros, resulta fácil comprender que la lógica de su amor le haga estar siempre interesado en nuestras cosas y deseoso de seguir viviendo en cierto modo entre nosotros, compartiendo nuestras alegrías y nuestros dolores, las responsabilidades y las fatigas, y, sobre todo, ayudándonos como Hermano nuestro.  Él no se conformó con hacerse presente cada vez que nos reunimos solemnemente para la celebración de la Eucaristía; o estar presente de otras formas, como en la Jerarquía, o en su Palabra..., sino que quiere estar siempre con nosotros. Y le bastan dos o tres cristianos... ¡ni siquiera hace falta que sean ya santos! Bastan dos o más hombres de buena voluntad que crean en Él y sobre todo en su amor.


Si hacemos esto, surgirá en la Iglesia un pulular de células vivas que, con el tiempo, podrán animar la sociedad que las rodea, hasta penetrar en la masa. Entonces ésta, impregnada del Espíritu de Cristo, podrá cumplir mejor el designio de Dios sobre el mundo y dar un impulso decidido a la revolución social pacífica pero incontenible, con consecuencias que jamás nos hubiéramos atrevido a esperar.

Si Cristo histórico sanó y sació almas y cuerpos, Cristo místicamente presente entre los cristianos sabe hacer otro tanto. Si Cristo histórico, antes de morir, pidió al Padre la unidad entre sus discípulos, Cristo místicamente presente entre los cristianos la sabe realizar.

Si tenemos hombres unidos en el nombre de Cristo, mañana podremos ver pueblos unidos.
Para responder a lo que Dios nos pide a través del Papa, mucho ha hecho ya el Espíritu Santo, así nos parece. Lo que hay que hacer es dar un nuevo impulso a nuestra vida cristiana, siempre demasiado individualista, muchas veces mediocre, pero sobre todo poco auténtica. / ver fuente

Chiara Lubich

Blogumulus by Roy Tanck and Amanda Fazani

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