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miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Cómo podemos ser felices en el Cielo sin las cosas que nos hacen felices en la Tierra?

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Desde hace muchos años muchos han imaginado el cielo como un lugar donde todos, empezando con Dios y los ángeles hasta los santos, se vestían de blanco como si estuvieran gozando de una comida divina en un día de campo. Hoy en día, todos sabemos que esa imagen era una fantasía; todos estamos seguros que el cielo no es un día de campo con alimentos divinos.

El problema que tenemos es que nuestro conocimiento real acerca del cielo es teórico. Sabemos que el cielo es una vida que nos llena por completo de una gran alegría y una felicidad sin fin. Sin embargo, no tenemos el modo para describir eso porque va más allá de nuestras experiencias actuales.

En los evangelios Jesús compara el cielo con un banquete de bodas. Lo hace porque los banquetes y las bodas son ocasiones de un gran gozo y alegría. Sin embargo, somos pocos que tomamos esas descripciones tan literalmente que nos preocupamos de la carne o los vegetales o el vino que se servirá.

Sin duda encontraremos y conoceremos nuestros amigos en el cielo. Si el Cuerpo Místico, la comunión de los santos y la familia de Dios significan algo, podemos estar seguros que gozaremos y encontraremos la felicidad en nuestras relaciones de una manera más elevada que en esta tierra.

Los placeres de los que gozamos aquí en la tierra, como tocar la guitarra o piano, pueden parecer muy importantes ahora pero probablemente no tendrán la misma importancia en la eternidad. Sin embargo, todo lo que se necesita para nuestra felicidad, de una u otra manera, Dios lo proveerá.

El cielo, la vida después de la muerte, es un tipo diferente de vida y existencia. El gozo principal de la vida con Dios está en amar a Dios y ser amado por Dios: la felicidad que llega de las esperanzas realizadas. Ya deja de imaginar que la vida después de la muerte y el cielo son simplemente una continuación de la vida que ahora tenemos pero más allá de las nubes o de otro planeta.

miércoles, 20 de mayo de 2009

¿Realmente podemos llegar a ser plenamente humanos como Dios desea?

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Ello requiere que respondamos positivamente a la llamada moral de amar a otros y cultivar las virtudes. Existen seis capacidades que nos permiten llegar a ser todo lo que Dios desea de nosotros.  

Se puede decir que existen personas que tienen un buen carácter moral o que están desarrollando tal carácter. Estas son las personas plenamente humanas. Son las personas que han realizado todo lo que pueden para ser plenamente seres humanos morales. Tal vez tenemos una dificultad cuando hablamos de ser ‘plenamente humanos’. Ser ‘plenamente humano’ fue lo que buscaba Pinocho cuando buscaba ser en la realidad un verdadero niño.  

Podemos decir que Clara Barton quien fundó la Cruz Roja era mucho más humana que Adolfo Hitler quien mató a 6,000,000 de judíos y tal vez hasta 400,000 personas acusadas de ser homosexuales. 

Nos damos cuenta que a veces describimos a las personas cuyo carácter no nos parece bueno como personas inhumanas o aún monstruosas. Tocante a las personas que juzgamos buenas nos referimos a ellas como muy humanas, indicando así que han desarrollado su potencial para ser plenamente humanas. 

      En este sentido podemos decir el ser humano para alcanzar a ser una persona moral, virtuosa significa darnos la tarea de llegar a ser genuinamente humanos. Todo lo que he escrito hasta ahorita no significa que las personas de mal carácter han perdido el derecho de ser tratadas como personas con derechos y pretensiones morales. 

El hecho esencial es que tenemos que trabajar para que seamos más y más humanos. Cuando alcanzamos este objetivo debemos seguir nutriéndolo y desarrollándolo. 

      Para ser PLENAMENTE HUMANO o BUENO  requiere que respondamos positivamente a la llamada moral de amar a otros y cultivar las virtudes. Nosotros tenemos seis capacidades que nos permiten llegar a ser todo lo que Dios desea de nosotros. Tenemos que manejar estas capacidades bien. 

Nosotros los seres humanos tenemos la capacidad de ser libres.  Tenemos la libertad de elegir lo que haremos y lo que no haremos; la libertad de cambiar; la libertad de ser una buena persona. 

Tenemos la capacidad de ser inteligentes, es decir, de usar bien nuestra inteligencia, poniéndola al servicio de la bondad. Tenemos la capacidad de ser responsables. La persona responsable es aquella que reconoce lo que dice, hace u omite. Implica la ‘integridad’. Es decir, la capacidad de vivir según una visión coherente que nos permite hacer lo que hemos prometido y ser la persona que decimos ser. 

Nosotros también tenemos la capacidad de abrirnos (desarrollarnos, crecer) por medio de las varias etapas y crisis de nuestra vida. Para abrirnos tenemos que tomar riesgos más y más grandes y enfrentar desafíos más y más profundos. Tenemos también la capacidad de ser sociales. Podemos amar la soledad pero necesitamos una comunidad para descubrir y llegar a realizar nuestro potencial como personas. Finalmente, tenemos la capacidad de ser espirituales. Llega el momento cuando no estamos satisfechos con lo que tenemos o hemos realizado. Buscamos respuestas a las preguntas fundamentales de la vida. San Agustín dice que en estos momentos tenemos “un hambre santo”, que estamos buscando el camino que nos lleve a unirnos con Dios. 

Los teólogos cristianos mayormente dicen que esta capacidad para vivir una vida espiritual está enriquecida principalmente por las prácticas de las virtudes y especialmente el amor. Con la buena práctica de estas seis capacidades alcanzamos nuestra plenitud como seres humanos.  

martes, 12 de mayo de 2009

¿Qué debemos tomar en cuenta para saber si algo es moral o inmoral?

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Las comunidades en las cuales vivimos, que soportamos o que construirnos pueden dañarnos o ayudarnos. 

      La moralidad se preocupa en buscar respuestas a tres preguntas: “¿Cómo debemos ser?” “¿Cómo debemos actuar? ¿Qué tipo de comunidad debemos construir?” Por esta razón la moralidad mayormente habla de tres cosas: nuestro carácter, las acciones que elegimos hacer y nuestras comunidades.

      Todos sentimos que estamos llamados a ser personas buenas y esto significa que la moralidad se preocupa de nuestro carácter. Nuestro carácter es la configuración específica de nuestros hábitos, sentimientos, actitudes y creencias. Nuestro carácter permite cambios y crecimiento; es lo que ocurre cuando hacemos decisiones o elegimos acciones para realizar. Sin embargo, esas elecciones y actos nuestros pueden también hacer mas profundos los hábitos y tendencias que ya son parte de nosotros. 

      Tocante nuestras acciones muchas veces sentimos un jalon para hacer lo “justo”, para ayudar a otros, para llegar a ser una buena persona. Por eso, la moralidad describe acciones como correctas o equivocadas. Lo que elegimos hacer, decir, pensar, sentir y omitir son importantes porque abren una ventana que permite ver que tipo de persona uno es. Además, nuestros actos contribuyen a la formación de nuestro carácter actual o el que estamos llegando a tener. 

Finalmente, nuestras acciones impactan con bien o con mal todo lo que nos rodea, es decir, nosotros mismos, nuestros vecinos y el mundo. 

      Acerca del tercer punto de mayor interés para la moralidad podemos inicialmente decir que las comunidades son agrupaciones/asociaciones de personas que tienen un modo establecido de comportamiento. Son los tipos de comunidades en las cuales hemos crecido, vivido y edificado con otras personas. Es importante ver la dimensión moral de las comunidades por varias razones. 

Primero, porque somos seres sociales por naturaleza y necesitamos de las comunidades no solamente para sobrevivir sino también para realizarnos plenamente como seres humanos. 

Segundo, porque las comunidades en las cuales vivimos, que soportamos o que construirnos pueden dañarnos o ayudarnos. 

Tercero, porque cada comunidad tiene su propio carácter, el cual puede ser bueno o malo y que puede ser visto en sus costumbres, en las reglas que gobiernan modos aceptables de actuar y en los roles que desarrolla. Finalmente, porque las acciones que toma una comunidad como comunidad impactan fuertemente a otros.

martes, 5 de mayo de 2009

La belleza del cristianismo es posible

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Ninguna tristeza y ningún dolor o contrariedad tendrán la fuerza suficiente para quitarnos esta certeza: Jesucristo vive y con El todo es nuevo.

En los Evangelios queda claro que ni los apósteles ni los demás discípulos del Señor esperaban la resurrección. De ahí la sorpresa de María Magdalena, que piensa que se han llevado el cadáver de Jesucristo. Sin embargo, todos ellos acabaron creyendo. Al meditar los textos de los Evangelios sobre la resurrección de Jesucristo, uno se da cuenta de que la sorpresa inicial y la fe posterior coinciden con unos corazones que amaban intensamente al Señor.

La muerte en la cruz era un hecho irrefutable y vergonzoso, pero nunca dejaron de anunciarla. Sabían lo que había sucedido en la cima del Gólgota y conocían el lugar de la sepultura, pero eso no les impidió conocer la resurrección y creer en ella.

A muchos siglos de distancia y habiendo celebrado muchas veces esta solemnidad se siente cierta añoranza por experimentar la misma emoción que los primeros testigos de la resurrección.

La Iglesia enriquece su culto para darle el máximo esplendor (bendición del fuego, del agua, renovación de las promesas bautismales por los creyentes…) e intenta captar el resplandor de aquella noche gloriosa. El hecho de la resurrección, la afirmación de que Jesucristo vive, ilumina todo lo que ha sucedido hasta entonces y también ha de transfigurar con su luz toda nuestra existencia.

María Magdalena, Pedro, Juan y los demás apóstoles cambiaron su percepción de las cosas porque se encontraron con el Señor resucitado. Eso también se nos ha dado a nosotros, aunque de otra manera. Jesucristo nos ha comunicado su vida. San Pedro se refiere a ello indicando que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. Ese perdón nos llega por el bautismo, que supone incorporarse a la muerte de Jesucristo. Hay que abandonarse en el Señor, que nos sorprende entregándonos “una identidad nueva”, como dice el Papa Benedicto XVI.

San Pablo se refiere a ello al escribir a los Colosenses: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, aunque señala, que nuestra vida esta con Cristo escondida en Dios. El Apóstol no solo afirma que Jesucristo ha resucitado, sino que también dice que lo hemos hecho nosotros (por el bautismo). La vida del Resucitado nos ha cambiado al hacernos hijos de Dios. La alegría del Domingo de Resurrección nos invita también a volver sobre esa identidad nueva que hemos recibido. La aspersión del agua que se realiza durante la liturgia de la Pascua es especialmente significativa: somos sepultados con Cristo y resucitados con El.

Dice el Evangelio según San Juan que los Apóstoles comprendieron las Escrituras cuando reconocieron la resurrección del Señor. Ahí se nos indica también que toda la verdad del Evangelio, que a veces nos cuesta aceptar en la teoría o la práctica, adquiere su verdadera fisonomía a la luz de la resurrección. La tumba esta vacía y Jesucristo vive verdaderamente y es contemporáneo nuestro.

Por eso, la belleza del cristianismo, que muchos contemplan con tristeza porque piensan irrealizable, es posible. Lo canta la Iglesia en el día de Pascuas en que se nos hace manifiesto que ninguna tristeza y ningún dolor o contrariedad tendrán la fuerza suficiente para quitarnos esta certeza: Jesucristo vive y con El todo es nuevo.

(Sacado de un articulo de David Amado Fernández en Magnificat)

Blogumulus by Roy Tanck and Amanda Fazani

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