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lunes, 28 de febrero de 2011

Aquí y ahora

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Imagen: ACIPrensa.com

“Pero nosotros tenemos que dar gracias en todo momento por ustedes, hermanos amados por el Señor, pues Uds. son la parte de Dios y fueron elegidos para que se salvaran mediante la  verdadera fe y fueran santificados por el Espíritu.”
(2a. Carta a los Tesalonicenses 2:13)

Cualquier persona que haya intentado enseñar religión a alumnos de secundaria probablemente aprendió que el hablar a los jóvenes de quarks, la partícula constituyente de la materia, es menos abstracto que el hablar del cielo y del infierno. La verdad es que nosotros percibimos las realidades eternas como irrelevantes en comparación con lo que podemos ver, oir o tocar. Cuando se toca el creer en las acciones de Dios, la mayoría de nosotros las relacionamos más fácilmente con las catástrofes físicas como terremotos o eclipses lunares que con hechos históricos como es la liberación de los israelitas de Egipto; un montón de nómadas en el desierto que cruzaron el mar sin ahogarse y que fueron guiados por un tartamudo, como Moisés.

Y así es con nosotros cuando San Pablo nos dice que somos los primeros frutos de la salvación.  Nosotros pensamos en la salvación como algo parecido al reloj que marca nuestra asistencia al trabajo. Cuando hemos terminado nuestros esfuerzos para vivir nuestra vida del modo más noble posible y alcanzamos el fin de nuestra vida es como terminar la jornada de trabajo. La verdad es que no hay tal cosa como un fin a la jornada de la vida, siendo que tenemos que vivirla noblemente cada hora. La eternidad, el cielo y el infierno son realidades que ya hemos empezado a vivir acá. Diciéndolo sencillamente, o estamos orientados a relacionarnos con nuestro Creador o estamos alejándonos de esa relación. ¡Quien sabe si tal vez pensamos que las personas que van en dirección opuesta o los que están a nuestras espaldas nos van a golpear!

Es por esto, que como cristianos, Él nos ha tomado por el Bautismo miembros de su pueblo definitivo. Así hizo con los antiguos israelitas a pesar de todas sus debilidades, fobias y traiciones. Esos israelitas fueron un signo para los egipcios de que estaban lidiando con algo más grande que un montón de esclavos que fabricaban tiendas de campamento y que hacían ladrillos.

Lo mismo hicieron los romanos que a pesar de exponer a la muerte al puebo elegido de Dios fueron forzados a ver que ellos no podían poner  fin a un hecho histórico.

Al hacernos sus primeros frutos Dios demuestra que EL está en el cielo y que también está presente entre nosotros acá en la tierra.

Una respuesta para los padres que pierden a sus hijos muy pequeños

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Imagen: Aciprensa.com
El 27 de enero último publiqué el post ¿Cuando mueren los niños se convierten en ángeles? Luego recibí una carta de Katia, que me decía lo siguiente:


"Mi niño murió a los 4 años en un incendio. No lo pudieron rescatar. Quiero saber qué es de él y cómo estará si sufre, si me extraña, si me olvido de él o si está tranquilo. Él ya tiene un año muerto y para mi fue ayer que él murió. Me siento mal. Me atormenta la idea de saber que él sufre más de lo que sufrí. Por favor aconséjeme, necesito ayuda".


Katia, quiero decirte lo siguiente: 


El niño después que muere, inmediatamente entra en el Reino de los Cielos, ve a Dios cara a cara y siendo que Dios es amor se llena de este amor divino hasta el tope. Por lo tanto no sufre y está profundamente sereno y feliz. Él reconoce el sufrimiento de su mama, pero no es capaz de compartirlo, pero sí intercede con Dios para que ella esté en paz, reconociendo que él no sufre ni podrá sufrir. Siendo ahora un santo no puede compartir los disgustos, el sufrimiento y  a veces la soledad que son parte de la vida en esta tierra.

lunes, 14 de febrero de 2011

Cuarzo púrpura y palabras grises

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Imagen: transformandoelmundo.wordpress.com

(2a. Carta a los Tesalonicenses 2:15)“Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y guarden fielmente las tradiciones que les enseñamos por palabra o por carta.”

Con frecuencia escuchamos personas, incluso católicos hablar de la muerte de amigos o parientes, “¿Me pregunto si la resurrección existe realmente?” “¿Crees que ella nos puede ver?” En ese momentos así llegan los ateos más testarudos con frases como: “No me importa si no hay vida después de la muerte.” “El punto más importante es vivir ahora y ser ético” En los 1980, existían personas en la ciudad de Nueva York que odiaban la religión organizada. Sin embargo, ponían pedazos de cuarzo púrpura bajo sus camas en los tiempos malos para canalizar la buena energía. Al final, aunque nos guste o no, la certeza acerca de nuestro fin está más relacionada con nuestra naturaleza humana que con pedazos de cuarzo que no nos pueden reaccionar cuando nos dicen por ejemplo que una biopsia es positiva. Recuerdo haber ido al funeral de un amigo mío judío en esos años y me sorpendió el hecho que tenía un rosario entre sus manos en su lecho de muerte. Su familia era religiosa de boca, pero él conoció a un Jesuita en sus últimos días y rezar a Nuestra Señora fue una posibilidad que él no quiso excluir. Eso fue bastante curioso para mí porque, si hubieran conocido a ese hombre, sabrían que era el tipo de persona que necesitaba la seguridad en su vida como por ejemplo al levantarse encontrar su panadería favorite abierta.

No importa cuanto nos molestemos o gritemos sobre nuestro destino. Dios sabe lo que sucederá con anticipación. Por eso no dejas el conocimiento de tí mismo o de tu destino a ninguna adivinación; al contrario, elije un método de Encarnación que es históricamente transmitida por testigos  y que garantiza su espíritu para protegernos de cualquier distorción.

Estatutos claros, testigos simples, un hombre llevado al cielo desde la muerte y visto por sus amigos, es lo que nos ha sido comunicado sin ambiguedad por 2000 años para que podamos estar seguros de nuestro destino.
Esto es nuestra fe Cristiana. 

martes, 8 de febrero de 2011

La culpa

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Imagen: arandapolitica.blogspot.com
(2a. Carta a los Tesalonicenses 3:3)“El Señor es fiel: a ustedes los fortalecerá y preservará del Maligno.”

En la niñez las pesadillas toman forma de mounstros cazándonos. En la edad adulta las imágenes cambian por otras más sofisticadas que reflejan cosas como el miedo de volar o ansiedad acerca de la relación que tenemos con nuestro padre o nuestro jefe.

Es divertido como Dios nos enseña lo que es la maldad. Cuando somos niños, nos hace percibir mounstros que nos atrapan. Cuando somos adultos creemos que hemos superado estos temores, ciegos a la identidad del monstruo y llenos de culpas por cómo hemos sido enrredados con sus trucos. Y es aquí cuando quedamos atrapados: nos entrenamos para acostumbrarnos al descontento y enajenación del mal, desde que el truco del pecado no es el Diablo mismo así como el odio o desinterés que engendra, el sentido de que no somos hijos del Padre y que no podemos darle la cara. Así construímos nuestras vidas y nuestras culturas, en torno al dolor de la pérdida de identidad.

La poeta Anne Bradstreet, en el poema Al quemar nuestra casa, cuenta en verso como el fuego destruyó su casa en 1666. Debió ser algo que ella merecía por haber puesto tanta importancia a las cosas materiales, como si necesitara un tipo de auto-recriminación para complacer a Dios. Pero, eso nunca es el caso.

Cristo nos protege del Mal ofreciéndonos su libertad, que siempre abre la puerta a la atracción de su amor. Todo lo que Cristo nos pide es nuestro arrepentimiento, es decir, el ser capaces de reconocer que hemos ido en contra de nosotros mismos y de la realidad. Es por eso que necesitámos una acción concreta. Esa acción es la confesión, siendo que la buena nueva de nuestra salvación es que Cristo mismo nunca nos culpa. El no se queja de nosotros, sino que muestra misericordia en todo momento - algo que ninguna cultura humana antes de la llamada de Abraham, nuestro padre en la fe, aún había oído. 

martes, 1 de febrero de 2011

La maldición del BMW

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“Pues al llegar al mundo no trajimos nada, y al dejarlo tampoco nos llevaremos nada. Conformémonos entonces con tener alimento y ropa. Los que quieren ser ricos caen en tentaciones y trampas; un montón de ambiciones locas y dañinas los hunden en la ruina hasta perderlos.”
(1a. Carta a Timoteo 6:7-9)

Imagen: jitieneblog.blogspot
Actualmente vivimos en una sociedad donde muchas veces colocamos las posesiones materiales sobre y en contra de todos los regalos maravillosos que Dios nos está dando. Incluso también nosotros los católicos podemos caer en egoísmos cuando pensamos en el tamaño de nuestras familias. No hay duda que 17 coches BMW requieren menos  mantenimiento que 17 niños, pero acaso ¿no son 17 niños mucho más valiosos que 17 BMW?  El Catecismo de la Iglesia Católica asegura: “La Sagrada Escritura y las prácticas tradicionales de la Iglesia Católica ven en las familias numerosas una señal de la bendición de Dios y de la generosidad de los padres.” (CCC 2373)Si alguien te cuenta que tiene una colección de 17 coches BMW, distintos modelos, ¿piensas que tu respuesta sería : “¡Que locura más grande!” ?  No. Probablemente tu respuesta sería: “Eso es impresionante, ¿puedo manejar uno?”. Ahora que tal si alguien te cuenta que tiene 17 hijos, honestamente tu respuesta será más cercana a “es una locura” o “es impresionante”.


Las familias numerosas no se deben solamente a la bendición de Dios sino también a la generosidad de los padres. Esta generosidad se ve en sacrificar las posesiones materiales que pudieron haber tenido si no hubieran aceptado la bendición de hijos. El ver al regalo de la vida como una carga es un efecto del pecado. Esta forma de ver la vida se difunde por nuestra sociedad. Las familias numerosas se oponen a esta tendecia por el simple hecho de que están presentes en la sociedad. Las familias numerosas no son solamente una bendición para la familia inmediata sino también para el resto de la sociedad. Las familias numerosas nos recuerdan que la vida es un regalo de Dios y ¡que regalo tan precioso es! , más precioso aún que 17 BMWs.

“No hemos traído nada al mundo, así como no podremos llevar nada de el” 

Blogumulus by Roy Tanck and Amanda Fazani

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