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lunes, 20 de agosto de 2012

Dichosos los que creen

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“¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!”
(Lc 1.45)1

Esta Palabra forma parte de un acontecimiento simple y altísimo al mismo tiempo. Es el encuentro entre dos gestantes, entre dos madres, cuya simbiosis espiritual y física con sus hijos es total. Son ellas su boca, sus sentimientos. Cuando habla María, el niño de Isabel da un salto de alegría en su vientre. Cuando habla Isabel parece que las palabras sean puestas sobre la boca del Precursor. Pero mientras las primeras palabras de su himno de alabanza a María están dirigidas personalmente a la madre del Señor, las últimas son dichas en tercera persona: “Feliz la que ha creído”.

Así su “afirmación adquiere carácter de verdad universal: la felicidad vale para todos los creyentes, concierne a aquellos que acogen la Palabra de Dios y la ponen en práctica y que encuentran en María el modelo ideal”2.

“¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!”

Es la primera bienaventuranza del evangelio, y tiene que ver con María, pero también con todos aquellos que la quieren seguir e imitar.

Hay en María un estrecho ligamen entre fe y maternidad, como fruto de la escucha de la Palabra. Y Lucas aquí nos sugiere algo que tiene que ver también con nosotros. Más adelante en su Evangelio Jesús dice: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la practican”3.

Anticipando casi estas palabras, Isabel, movida por el Espíritu Santo, nos anuncia que todo discípulo puede volverse “madre” del Señor. La condición es que crea en la Palabra de Dios y que la viva.

“¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!”

María, después de Jesús, es quien mejor y más perfectamente supo decir “sí” a Dios. Y, sobre todo, esta santidad suya es su grandeza. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la Palabra vivida, pero criatura come nosotros, igual a nosotros.

El rol de María como madre de Dios es excelso y grandioso. Pero Dios no llama sólo a la Virgen a generar Cristo en sí. Si bien de otro modo, todo cristiano tiene un deber parecido: el de encarnar a Cristo hasta repetir, como San Pablo: “Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”4.

¿Pero cómo actuar esto?
Con la actitud de María hacia la Palabra de Dios, y esto es, de total disponibilidad. Creer, por lo tanto, con María, que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y, si hace falta, afrontar, como María, el riesgo del absurdo que a veces comporta su Palabra.

Grandes y pequeñas cosas, pero siempre maravillosas, suceden a quien cree en la Palabra. Se podrían llenar libros con los hechos que lo prueban.

Quién puede olvidar cuando, en plena guerra, creyendo en las palabras de Jesús “pidan y se les dará”5 hemos pedido todo aquello que tantos pobres en la ciudad necesitaban y veíamos llegar bolsas de harina, cajas de leche, de mermelada, leña, ropa.

También hoy suceden las mismas cosas. “Den, y se les dará”6 y los armarios de la caridad están siempre llenos, y son vaciados regularmente.

Pero lo que más impresiona es que las palabras de Jesús son verdaderas siempre y en todas partes. Y la ayuda de Dios llega puntual también en circunstancias imposibles, y en los puntos más aislados de la tierra, como sucedió hace poco a una madre que vive en extrema pobreza. Un día sintió el impulso de dar sus últimas monedas a una persona más pobre que ella. Creía en aquel “den y se les dará” del Evangelio. Y tenía una gran paz en su corazón. Poco después llegó su hija más pequeña y le mostró un regalo que recién había recibido de un anciano pariente que, por casualidad, había pasado por ahí: en su manito estaban las monedas multiplicadas.

Una “pequeña” experiencia como esta nos empuja a creer en el Evangelio, y cada uno de nosotros puede probar esa alegría, esa beatitud que viene del ver realizadas las promesas de Jesús.

Cuando en la vida de todos los días, en la lectura de las Sagradas Escrituras nos encontremos con la palabra de Dios, abramos nuestro corazón a la escucha, con la fe de que lo que Jesús nos pide y promete se cumplirá. No tardaremos en descubrir, como María y como aquella madre, que Él mantiene sus promesas.

Chiara Lubich

Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

1. Este texto fue publicado en agosto de 1999.

2. G. Rossé, Il Vangelo di Luca, Roma 1992, p. 67. La traducción es nuestra.
3. Lc. 8, 21.
4. Gál. ,12
5. Mt. 7,7.
6. Lc. 6, 38.


miércoles, 8 de agosto de 2012

La autoestima del cristiano

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Estar por encima del sentimiento no significa excluirlo. Cuando se conoce la dignidad inalienable de cada persona, se encuentran siempre motivos suficientes para amarla, con una mezcla de ‘amor por atracción’ y de ‘amor libremente deliberado’. Cuando la voluntad se adhiere al bien amado, es lógico que toda la persona participe de ese amor: tanto la voluntad como el corazón. No olvidemos que la persona humana forma una unidad indisoluble y que es preciso evitar todo reduccionismo. El afecto no es imprescindible, pero es el medio natural para facilitar la entrega amorosa de sí mismo. De ahí la importancia de aprender a amar de todo corazón, con las correcciones al respecto que hemos hecho. Es normal tener periodos sin ganas, pero si la apatía fuese permanente, entonces sólo hay dos posibilidades: o bien se está enfermo, o bien falta todo tipo de amor verdadero, entre otras cosas por falta de enamoramiento.

viernes, 3 de agosto de 2012

Reconocerá a los que lo reconocieron

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“Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt, 10,32-33)* Es ésta una Palabra de gran consuelo y estímulo para todos los cristianos. Con ella Jesús nos exhorta a vivir con coherencia nuestra fe en él, porque de la actitud que habremos asumido respecto de él durante la existencia terrena depende nuestro destino eterno. Dice que si lo habremos reconocido frente a los hombres, le daremos motivo para que nos reconozca delante de su Padre. Si, por el contrario, habremos renegado de él frente a los hombres, también él renegará de nosotros delante del Padre. Jesús apela al premio o al castigo que nos esperan después de esta vida porque nos ama.

Como dice un Padre de la Iglesia, sabe que a veces el temor de una punición es más eficaz que una hermosa promesa. Por ello alimente en nosotros la esperanza de la felicidad sin fin y, al mismo tiempo, para salvarnos suscita en nosotros el temor de la condenación. Lo que le interesa es que lleguemos a vivir para siempre con Dios. Además, es lo único que cuenta; es el fin por el que hemos sido llamados a la existencia. En efecto, solamente con él alcanzaremos la plena realización de nosotros mismos, la satisfacción de todas nuestras aspiraciones. Por ello, Jesús nos exhorta a “reconocerlo” desde esta vida. Por el contrario, si ahora no queremos tener nada que ver con él, si renegamos de él, al pasar a la otra vida nos encontraremos separados de él para siempre.

 Al término de nuestro camino terreno, Jesús no hará más que confirmar frente al Padre la opción realizada por cada uno en esta tierra, con todas sus consecuencias. Al referirse al juicio final, nos muestra toda la importancia y la seriedad de la decisión que nosotros tomemos aquí; en efecto, está en juego nues-tra eternidad. ¿Cómo aprovechar esta advertencia de Jesús? ¿Cómo vivir esta Palabra suya? Él mismo lo dice: “Al que me reconozca…”. Decidamos, entonces, reconocerlo delante de los hombres con simplicidad y franqueza. Venzamos el respeto humano. Salgamos de la mediocridad y de las componendas que le restan autenticidad a nuestra vida de cristianos. Recordemos que estamos llamados a ser testigos de Cristo. Él quiere llegar a todos los hombres con su mensaje de paz, de justicia, de amor… precisamente a través de nosotros.

Demos testimonio de él allí donde nos encontremos por razones de familia, de trabajo, de amistad, de estudio o en las diferentes circunstancias de la vida. Demos ese testimonio sobre todo con nuestro comportamiento: con la honestidad de vida, con la pureza de las costumbres, con el desapego del dinero, participando en las alegrías y en los sufrimientos de los demás. Démoslo de manera especial con el amor recíproco, con la unidad, para que la paz y la alegría pura que Jesús prometió a los que le están unidos inunden nuestro ánimo ya desde ahora y se derramen a los otros. Y a todo el que nos pregunte por qué nos comportamos así, por qué estamos tan serenos en un mundo convulsionado, respondamos con humildad y sinceridad con las palabras que nos sugiera el Espíritu Santo, dando así testimonio de Cristo también con el hablar y en el plano de las ideas. Quizá entonces muchos que lo buscan podrán encontrarlo. A veces, podremos ser malinterpretados, contradichos, podremos ser objeto de burla, incluso de aversión y de persecución. Jesús nos advirtió también de ello: “Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes”(1). Estamos en el camino correcto. Por lo tanto, sigamos dando testimonio de él con coraje también en medio de las pruebas, incluso al precio de la vida.

La meta que nos espera lo vale: es el cielo, donde Jesús al que amomos nos reconocerá frente a su Padre durante toda la eternidad.

 Chiara Lubich
 Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

 * Este texto fue publicado por primera vez en Ciudad Nueva, en 1984

Blogumulus by Roy Tanck and Amanda Fazani

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