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martes, 30 de junio de 2009

¿Cómo podemos cumplir con los mandamientos de amar a Dios y al prójimo?

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Acerca del amor a Dios, en la Ultima Cena Jesús dice a sus discípulos, “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”

(Juan 14:15), y, “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15:9-10).

Tocante el amor al prójimo, en la Ultima Cena Jesús dice a sus discípulos, “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor mas grande que dar la vida por sus amigos” (Juan 15:12-13).

Jesús es el ejemplo viviente de lo que significa el amar a Dios y al prójimo.

Jesús practica lo que predica cuando muestra su compasión a los que están sufriendo y a los están tristes, cuando perdona a los pecadores---aun a los que lo clavaron al madero. Veremos su amor a Dios en su fidelidad en seguir la voluntad del Padre. El manifiesta ese amor suyo en dar su propia vida por la salvación del mundo.

En las parábolas Jesús explica el significado del amor al prójimo, particularmente en la parábola del Buen Samaritano en el décimo capitulo de Lucas y en la parábola del Hijo Prodigo en el décimo-quinto capitulo del mismo evangelio.

Jesús también explica el sentido del amor en su descripción del Ultimo Juicio en Mateo 25:31-46. Dice a sus discípulos que cuando dan de comer a los hambrientos, dan de beber a los sedientos, visten con ropa al vestido en trapos, visitan al enfermo y a los encarcelados, ellos hacen estas cosas a El y encontraran las puertas del cielo abiertas para ellos. Cuando no asistan al hambriento, al que está sin ropa, al enfermo y al encarcelado, ellos no muestran amor a El y serán condenados por su falta de amor.

Para entender mejor lo que significa el amor, uno puede leer la descripción de la manera en la cual la primera comunidad cristiana de Jerusalén vivía en los Hechos de los Apóstoles (4:32-37). También podemos reflexionar profundamente sobre lo que San Juan escribe en su primera carta (1 Juan 3:32-37) acerca de la prueba del amor. Finalmente, cuando San Santiago escribe que se debe tratar al pobre y al mal vestido como uno trata a los ricos y bien vestidos, y de la necesidad de hacer buenas obras en el contexto de la fe, nosotros podemos sustituir la palabra ‘amor’. Sus palabras se encuentran en su carta (Santiago 2:15-17).

martes, 23 de junio de 2009

¿Sería posible nunca cometer un pecado?

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El deseo de vivir una vida sin pecado es el punto de partida para vivir en la gracia de Dios y para llegar a ser santo. El ejemplo de muchos santos del pasado y de personas muy santas que hoy en día nos rodean demuestra que con la oración y el deseo podemos tener éxito en la lucha de alcanzar la santidad y evitar todo pecado grave.

Sin embargo nosotros sabemos por los santos que es difícil alcanzar la santidad. San Pablo hace referencia a nuestra tendencia a pecar y se identifica con nosotros tocante la tensión que sentimos entre lo que él llama el Espíritu y la carne. En su carta a los Gálatas 5:16-17 él escribe, “Caminen según el espíritu y así no realizaran los deseos de la carne. Pues los deseos de la carne se oponen al espíritu y los deseos del espíritu se oponen a la carne. Los dos se contraponen, de suerte que ustedes no pueden obrar como quisieran.”

San Francisco de Asís siempre estuvo consciente de su propia debilidad y amonestaba a sus admiradores que nunca deberían alabarlo porque siempre había la posibilidad que pudiera fracasar gravemente. En una ocasión estuvo tan fuertemente tentado contra la castidad que se tiró en un rosal y se rodó en las espinas para superar la tentación.

En La Vida Espiritual el autor Adolphe Tanquery nos recuerda que los santos también cometieron pecados veniales cuando se descuidaron y permitieron que momentáneamente fueran traicionados por la falta de pensamiento o la debilidad de su voluntad. El no perdona tales faltas y dice que, como todos los pecados, uno debe arrepentirse de ellos. Al fin y al cabo él simplemente reconoce la condición humana.

Siendo que hemos sido afectados por el pecado original, San Santiago nos recuerda que “todos nosotros cometemos faltas” (Santiago 3:2). El Concilio de Trento declaró que aun la persona justa sin el privilegio de una gracia especial encontrará que es moralmente imposible evitar todo pecado venial a lo largo de toda su vida.

No deberíamos desanimarnos, perder la esperanza ni abandonar la lucha contra la tentación. Se puede alcanzar un grado alto de santidad o perfección si somos fieles a la gracia de Dios. Por razón de nuestra tendencia hacia el pecado, debemos orar y practicar la abnegación y mortificación. Tenemos que frecuentar los sacramentos de la confesión y la Eucaristía.

El Padre Tanquerey sugiere que también hagamos cada día un examen de consciencia -viendo los pecados o faltas que hemos cometido y preguntándonos cómo y por qué hemos caído. Después de descubrir las circunstancias y las razones por las cuales hemos pecado, podemos hacer planes para evitar las ocasiones y situaciones que nos llevan a pecar. Entonces, siendo fiel a la oración y a vivir arrepentido, podemos alejarnos de los hábitos que nos llevan al pecado y que obstaculizan el crecimiento en nuestro amor a Dios y a la verdadera santidad.

Dios nunca llega a pensar que alguien es irremediable, y nosotros no debemos nunca perder confianza en nosotros mismos.

martes, 16 de junio de 2009

Cuidar el corazón sirve para amar

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Cuidar el corazón es una aventura apasionante y que vale la pena ser vivida a full, sin ninguna clase de regateos. La reflexión pertenece a la licenciada Florencia Beltrán (ACI Prensa)

Según la Real Academia Española, el corazón es un “órgano de naturaleza muscular, común a todos los vertebrados y a muchos invertebrados, que actúa como impulsor de la sangre y que en el hombre está situado en la cavidad torácica”.

Pero no lo podemos circunscribir bajo la sola perspectiva de un simple órgano, puesto que la piedra angular radica en que por medio de él podemos amar tanto a Dios, como a nuestros padres, a nuestro esposo/a o a nuestro novio/a, a nuestros amigos, etc. Con un mismo corazón sin compartimentos amamos, nos entregamos por completo sin reserva alguna, como también, aceptamos al otro.

Pero este corazón para poder amar de verdad, entregarse y aceptar al otro, teniendo en cuenta su dignidad humana, necesita ser cuidado como el mayor tesoro que tenemos en nuestras manos y por lo cual, no lo podemos malgastar, desperdiciar, quitar el valor que realmente tiene, dejar que no lo respeten como lo que realmente es.

El cuidar el corazón es todo un reto, un desafío, y por tanto, no implica algo fácil, pero sí algo que vale la pena, algo por el cual jugarse y luchar en serio aunque cueste, puesto que el premio es mucho más que la copa que se entrega en los campeonatos mundiales de fútbol. El premio del que hablamos no es algo externo, sino que éste involucra a toda la persona, y en pocas palabras, encierra nada menos que su felicidad.

¿Cómo cuidar el corazóno?

Quizás lo primero que tenemos que tener en cuenta, es no olvidar que es un tesoro que Dios nos dio para amar y por tanto, si no le damos el uso para el cual fue creado esto puede conducir a la falta de sentido de la vida, al desamor, a la angustia, a la depresión, etc.

Asimismo, es conveniente no andar en la vida caminando por la cuerda floja, es decir, es fundamental evitar, tomar distancia de las situaciones que nos conduzcan a descuidar el valor tan preciado. De acuerdo a ello, podemos citar el cuidar la vista cuando vamos por la calle, el mirar televisión y revistas, ya que todo ésto favorece a que se evite una avalancha de imágenes que a la larga las vamos aceptando como buenas, normales, en pocas palabras, vamos perdiendo sensibilidad a las cosas tal como sucede con la violencia que vemos a diario en la televisión.

Aquí, al considerar el porqué no tenerlas podemos resaltar que en estas circunstancias puede primar el placer sexual, la curiosidad, el “feeling” momentáneo, la atracción física, entre otras cosas, y por tanto, puede convertirse en un mero ejercicio físico entre animalitos que no supera el plano individual y por tanto, no conduce a una verdadera entrega y mutua unión. A su vez, las relaciones prematrimoniales no promueven a que se profundice en el conocimiento de la persona en sí misma, en unas palabras, a que los novios conozcan la riqueza incalculable e irrepetible que encierra toda la persona, aquello que la hace singular, diferente, única y por tanto, lo que no pasa con el tiempo, sino lo que permanece a través de los años.

Es de persona madura, audaz y fuerte ir contra corriente, contra los propios impulsos y deseos, al enfrentarse a la persona a quien se quiere y decirle que se prefiere esperar hasta contraer matrimonio puesto que ésto los va a ayudar a ambos a conocerse mejor a sí mismos, y por tanto, a saber a quien se está entregando para toda la vida en el momento del consentimiento matrimonial.

Como todos somos de carne y hueso, y tenemos los pies de barro podemos meter la pata hasta el fondo, no obstante, siempre tenemos la oportunidad de levantarnos, teniendo en cuenta que Dios nos quiere tanto y por ello podemos acercarnos a Él una y otra vez por medio de la confesión y de esta forma volver a empezar.

Esto no significa que si se lleva a cabo un muy buen noviazgo se tiene ya asegurado de antemano el matrimonio y la familia, puesto que ambos, al igual que los mencionados patrimonios históricos, se construyen ladrillo a ladrillo, y se pueden cometer errores en la construcción, incluso muy graves, pero siempre se está a tiempo de volver a empezar y comenzar así la reconstrucción.

Además, uno al verlas luego de haber transcurrido cierto tiempo desde su construcción, puede pasar inadvertido todos los avatares que pasaron los arquitectos en su labor, lo mismo sucede con el noviazgo, el matrimonio y la familia, pero con la gran diferencia de que en éste caso es nada menos que la persona la que está involucrada por entero.

martes, 9 de junio de 2009

¿Cuál es el origen de los siete pecados capitales?

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Los siete pecados capitales son la soberbia, la envidia, la ira, la pereza, la avaricia, la gula y la lujuria. Estos pecados son inclinaciones que, si se dejan desarrollarse libremente, ocasionan muchos pecados.


Se llaman pecados capitales porque son los manantiales de los cuales otros pecados fluyen. Según algunos historiadores los siete pecados capitales originaron en el movimiento monástico de Europa Oriental. Juan Cassiano de Marsellés, quien murió en 435, introdujo las reglas del monasticismo oriental al Occidente, incluyendo la noción de ocho pecados mortíferos o capitales. Estos pecados no son idénticos con la lista que se usa hoy en día.

La lista presentada por Cassiano fue modificada por el Papa Gregorio el Grande en el siglo seis. Es esta lista la que usamos hoy en día. El Papa Gregorio definió los pecados mortíferos de tal modo que se pueden ver presentes en la vida ordinaria y no únicamente como tentaciones que los que viven en monasterios deben resistir.

Un autor nota que en Inglaterra se obligaba a los sacerdotes a predicar sobre los siete pecados capitales cuatro veces en el año. En el famoso libro que dio a luz el ingles moderno, Los Cuentos de Canterbury, un predicador está hablando de los siete pecados mortíferos a los peregrinos que lo están acompañando, invitándoles a considerar la extravagancia de su vestido, la riqueza de su comida, la formación de sus hijos, la codicia de los terra tenientes, la falsedad de los comerciantes y la difamación de los murmuradores.

martes, 2 de junio de 2009

¿Cómo podemos amar libremente a Dios cuando se nos manda hacerlo?

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Preguntarnos por qué nos ordenan amar a Dios es como preguntar a Isaac  Newton por qué proclamó la ley de la gravedad.  

      Existe la ley de la gravedad porque es parte de la naturaleza de nuestro universo y de la creación. Si Newton nunca hubiera descubierto y proclamado la ley de la gravedad, todavía sería cierto que existe una atracción entre la tierra y los cuerpos cerca su superficie. Es así que Dios ha hecho las cosas. 

      Que Jesús o el escritor del libro del Deuteronomio aun que hayan proclamado o no que tenemos que amar a Dios y a nuestro prójimo, queda cierto que existimos para amar a Dios y los unos a los otros.

      En los catecismos viejos se preguntaba, “¿Por qué me creó Dios?” La respuesta era, “Dios me creó para conocerlo, amarlo, servirlo, y para estar feliz con El en el cielo.”

      Nosotros solo podemos alcanzar la felicidad si realizamos nuestro fin en la vida, si alcanzamos el objetivo por el cual fuimos creados. Estamos creados para amar y glorificar a Dios. Solamente por la unión con Dios en el amor podremos alcanzar la felicidad y realizarnos por completo. Al alejarnos de Dios con el pecado, al despreciar o al faltar el amor nos lleva a estar emocionalmente hechos pedazos. Dios es Amor: estar separado de Dios es agonía. 

      Debemos pensar de los dos gran mandamientos---de hecho, de todos los mandamientos---no tanto como leyes en el sentido legal sino como declaraciones de principios o líneas-guías. Así, para estar feliz y entrar en el júbilo del reino de Dios, tenemos que amar a Dios y a las otras personas. Para ser fiel al fin por el cual fuimos creados y obrar en la manera por la cual fuimos hechos, tenemos que vivir y actuar en el amor a Dios y los unos a los otros. 

      El hecho de que Dios proclama estas leyes nos facilita entender quienes somos, por qué estamos aquí y cómo debemos vivir para alcanzar la felicidad eterna. Es el modo de declarar sencillamente lo que ya uno percibe cuando dice, “Me parece que una persona sentiría por naturaleza la atracción hacia Dios.” Así es. Es una verdad: nosotros tenemos la capacidad de resistirnos, de dar la espalda a Dios, y eso solo puede significar que al final nos espera el dolor, la agonía y la soledad.                  

Blogumulus by Roy Tanck and Amanda Fazani

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