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viernes, 3 de agosto de 2012

Reconocerá a los que lo reconocieron

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“Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt, 10,32-33)* Es ésta una Palabra de gran consuelo y estímulo para todos los cristianos. Con ella Jesús nos exhorta a vivir con coherencia nuestra fe en él, porque de la actitud que habremos asumido respecto de él durante la existencia terrena depende nuestro destino eterno. Dice que si lo habremos reconocido frente a los hombres, le daremos motivo para que nos reconozca delante de su Padre. Si, por el contrario, habremos renegado de él frente a los hombres, también él renegará de nosotros delante del Padre. Jesús apela al premio o al castigo que nos esperan después de esta vida porque nos ama.

Como dice un Padre de la Iglesia, sabe que a veces el temor de una punición es más eficaz que una hermosa promesa. Por ello alimente en nosotros la esperanza de la felicidad sin fin y, al mismo tiempo, para salvarnos suscita en nosotros el temor de la condenación. Lo que le interesa es que lleguemos a vivir para siempre con Dios. Además, es lo único que cuenta; es el fin por el que hemos sido llamados a la existencia. En efecto, solamente con él alcanzaremos la plena realización de nosotros mismos, la satisfacción de todas nuestras aspiraciones. Por ello, Jesús nos exhorta a “reconocerlo” desde esta vida. Por el contrario, si ahora no queremos tener nada que ver con él, si renegamos de él, al pasar a la otra vida nos encontraremos separados de él para siempre.

 Al término de nuestro camino terreno, Jesús no hará más que confirmar frente al Padre la opción realizada por cada uno en esta tierra, con todas sus consecuencias. Al referirse al juicio final, nos muestra toda la importancia y la seriedad de la decisión que nosotros tomemos aquí; en efecto, está en juego nues-tra eternidad. ¿Cómo aprovechar esta advertencia de Jesús? ¿Cómo vivir esta Palabra suya? Él mismo lo dice: “Al que me reconozca…”. Decidamos, entonces, reconocerlo delante de los hombres con simplicidad y franqueza. Venzamos el respeto humano. Salgamos de la mediocridad y de las componendas que le restan autenticidad a nuestra vida de cristianos. Recordemos que estamos llamados a ser testigos de Cristo. Él quiere llegar a todos los hombres con su mensaje de paz, de justicia, de amor… precisamente a través de nosotros.

Demos testimonio de él allí donde nos encontremos por razones de familia, de trabajo, de amistad, de estudio o en las diferentes circunstancias de la vida. Demos ese testimonio sobre todo con nuestro comportamiento: con la honestidad de vida, con la pureza de las costumbres, con el desapego del dinero, participando en las alegrías y en los sufrimientos de los demás. Démoslo de manera especial con el amor recíproco, con la unidad, para que la paz y la alegría pura que Jesús prometió a los que le están unidos inunden nuestro ánimo ya desde ahora y se derramen a los otros. Y a todo el que nos pregunte por qué nos comportamos así, por qué estamos tan serenos en un mundo convulsionado, respondamos con humildad y sinceridad con las palabras que nos sugiera el Espíritu Santo, dando así testimonio de Cristo también con el hablar y en el plano de las ideas. Quizá entonces muchos que lo buscan podrán encontrarlo. A veces, podremos ser malinterpretados, contradichos, podremos ser objeto de burla, incluso de aversión y de persecución. Jesús nos advirtió también de ello: “Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes”(1). Estamos en el camino correcto. Por lo tanto, sigamos dando testimonio de él con coraje también en medio de las pruebas, incluso al precio de la vida.

La meta que nos espera lo vale: es el cielo, donde Jesús al que amomos nos reconocerá frente a su Padre durante toda la eternidad.

 Chiara Lubich
 Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

 * Este texto fue publicado por primera vez en Ciudad Nueva, en 1984

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