Por Josemaría Arancibia, arzobispo de Mendoza y Sergio Buenanueva, obispo auxiliar de Mendoza (Argentina)
La liturgia de la noche de Pascua se inicia con el templo a oscuras. En el atrio arde el fuego nuevo del que se tomará la luz para encender el cirio pascual.

El gesto ritual evoca, con su noble sencillez, la realidad de la fe como experiencia humana: el encuentro con Cristo es un acontecimiento que transforma toda la vida, la ilumina y la colma de sentido. Luz que brilla humildemente, pero que tiene el inmenso poder de vencer las tinieblas más espesas. Esto es lo que indica la palabra “pascua”: pasar con Cristo de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida.
Cristo es la luz del mundo. Esa es la confesión de fe de los cristianos. Él es el Salvador y el Redentor de todos los hombres. “Con su muerte destruyó nuestra muerte, con su resurrección restauró la vida”, reza la liturgia católica de Pascua.
Cristo es la Verdad que hace libre a quien se deja guiar por sus enseñanzas. Es la Verdad que se impone por sí misma, nunca por la fuerza de la prepotencia. Ese es, en cambio, el poder de la mentira, del error y de la confusión. El poder del odio, del rencor y del deseo de venganza que amargan el corazón humano e instalan la violencia en el seno de los pueblos.
Cristo, por el contrario, es la Verdad que conquista al hombre sin violentarlo. “Cristo convence”, como ha escrito un famoso teólogo moderno. Y convence por sí mismo, porque brilla con luz propia. Es la Verdad que nos hace libres. Hasta el fin de los tiempos la mano de Cristo estará tendida, esperando la respuesta de sus hermanos los hombres. Hasta el final, apelará a la conciencia y a la libertad: se muestra, se propone, no se impone.
¿Qué es la verdad?, pregunta el escéptico Pilato al Jesús humillado que han puesto en sus manos. En realidad, no es una pregunta sincera. No es el interrogante del que siente en su interior la insatisfacción de estar en búsqueda, siempre en camino, pero sabiendo que hay algo mayor que lo llama, lo atrae y lo espera. Es la pregunta del que ha sido derrotado por el pesimismo: ya no cree en nada ni en nadie. No hay lugar para ninguna verdad en un corazón así.
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